jueves, diciembre 08, 2005

El juego del carro




Uno de los recuerdos de mi infancia es el juego del "carro", así lo llamábamos en casa. Es sumamente sencillo. No es como el ajedrez ¡claro! pero tal vez es cierto que aparenta ser mucho más sencillo de lo que realmente es. Sencillo o menos sencillo, cautiva a quienes se adentran en él. O así era en mi casa.

Es un juego de tablero, para dos personas.

Cada uno de los jugadores dispone de nueves fichas propias, generalmente identificables por ser blancas las unas y negras las otras.

El tablero de juego lo forman tres cuadrados, situados concéntricamente, de forma que los lados de los cuadrados se sitúan paralelos entre sí y que la distancia entre el cuadrado mayor y el cuadrado mediano es equivalente a la distancia entre éste último y el cuadrado menor. Además, hay cuatro líneas rectas que unen, cada una de ellas, el punto central de cada uno de los cuatro lados del cuadrado menor con el punto central de cada uno de los cuatro lados del cuadrado mayor, atravesando, precisamente, por el punto central de cada uno de los cuatro lados del cuadrado mediano. Las 24 posiciones posibles de las fichas sobre el tablero son los puntos donde confluyen o donde se cruzan las diferentes líneas, es decir las “esquinas” de cada cuadrado y los puntos centrales de cada uno de sus lados. Es una silueta gráficamente bastante simple, (véase la imagen adjunta) a pesar de lo arduo de este intento de descripción que he perpetrado.

El juego consiste, en principio, en ir colocando, alternativamente, ambos jugadores, las nueves fichas, situándolas en el tablero, en alguno de los 24 puntos mencionados.

Una vez colocadas todas las fichas en el tablero se trata de ir moviéndolas de una posición de juego a otra posición de juego contigua, también en turnos alternos entre ambos jugadores.

Tanto en la colocación de las fichas, al principio, como, ulteriormente, al moverlas, hay que intentar, siempre que se pueda, ya sea “cerrar un carro” (o lo que es lo mismo: alinear tres fichas propias) ya sea impedir que el contrincante pueda “cerrar un carro” en su siguiente jugada.

Obviamente, durante la primera etapa, con la misma colocación de las propias fichas, si se presta una mínima atención, se suele impedir fácilmente que el contrincante “cierre un carro”. Pero también hay ciertas escaramuzas para lograr “cerrar un carro” sin que el otro jugador pueda evitarlo. Luego, durante la fase de movimientos de fichas, la cosa ya no es tan sencilla.

“Cerrar un carro” conlleva siempre el derecho a "robar" una ficha del contrario, entre las que ya se hallan sobre el tablero.

Gana la partida quien consigue dejar al adversario con tan solo dos fichas.

Destacables (y memorables para mí) son los episodios de "abre y cierra", situación en la que el simple movimiento de una ficha permite a un jugador deshacer o "abrir un carro" al tiempo que se "cierra" otro. Quien consigue un buen “abre y cierra” se puede decir que ha ganado la partida, salvo que sea vulnerable esa construcción, cosa poco habitual, aunque no imposible.

Nuestros tableros solían ser de construcción casera. En algunas ocasiones eran un sencillo cartón con esa silueta, dibujada con cualquier lápiz o rotulador. A mi padre le deleitaba jugar con nosotros.
Mi padre se llamaba Eulogio, que significa, más o menos, “con buena lógica”. En este juego del “carro” hacía honor a su nombre de pila: en unas ocasiones se imponía ante nosotros como ganador indiscutible, por su enorme habilidad ante este tablero y en otras ocasiones nos enseñaba sus trucos de veterano jugador, para que aprendiésemos mejor este sencillo, pero entrañable, juego de estrategia.
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Nota: Este juego, ancestral, se llama en otras tierras y/o en otras familias “El molino” o “Nine-Man’s Morris”. Ya escribiré en otra ocasión sobre sus orígenes.

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